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Manuelita, Robinson y... Alexander

La pesadilla de Sáenz

- Así es, Robinson. Este cartel estuvo pegado ahí en la puerta durante un par de años.
La gorda señora, sentada en una butaca donde pasaba casi todo el día desde que se había dislocado la cadera, sostenía en sus manos un trozo de madera con una inscripción tallada que decía:
TOBACCO
ENGLISH SPOKEN
MANUELA SÁENZ

Ese era su nombre: Manuela Sáenz. Continuó diciendo:
- Después de la caída no tenía mucho sentido anunciar mis servicios públicamente, por decirlo así. A través de Alexander se ponen en contacto conmigo si me necesitan. Pero ya no son tantas traducciones como al principio. Venderle Tabaco a los marineros no es buena idea cuando una no se puede defender como debe ser. Todas las demás cosas las están vendiendo las sirvientas, pero tampoco tengo mucho ánimo de hacerlas. ¿Para qué, si igual nunca me alcanzará para pagar mis deudas?
Después de observar por unos momentos el cartel, en silencio y con una ligera sonrisa melancólica, el viejo sentado a su lado no pudo evitar recordar su propia situación de necesidad económica.
- Es buena persona ese Alexander, ¿no? - dijo.
La sorpresiva llegada del octogenario Don Simón Rodríguez en la mañana de ese día había producido en la inválida plagada de deudas una gran alegría. Habían pasado 18 años desde la última vez que habían tenido la oportunidad de conversar.
- Es bastante triste... No. No me entristezco. Más me disgusto cada vez que recuerdo lo malagradecidos que han sido nuestros compatriotas americanos. Gente como el mismo chino Wong... O'Leary o Alexander, que no son de aquí, ellos son los que me ayudan a sobrevivir en este miserable puerto. Dígame usted el pobre Thorne...
En ese momento, como ya muchas veces ese día, a la señora se le aguaron los ojos. El viejo, tiernamente, retiró con su pulgar una de las lágrimas que resbalaban por la mejilla de su querida amiga. Aún le costaba creer que estaba hablando con la misma mujer uniformada, recia y optimista, con la que había compartido alegrías y descontentos cuando ambos eran personajes públicos muy importantes en las recién nacidas Repúblicas. Artífices de la independencia y amigos incondicionales nada más y nada menos que de "El Libertador".
El ver a su amiga así, en ese estado no sólo físico, sino de ánimo, le dificultó incluso decir cosas de esas geniales que aún a su edad se le ocurrían permanentemente, como viejo filósofo que era. Recordó por un momento a Candide, el personaje de Voltaire, y le pasó por la mente retirarse a pasar lo que le restara de vida sin pensar y sin buscar explicarse las cosas, ocupado simplemente de un jardín. O de unos animales.
Sin buscar explicarse qué había pasado con América y menos imaginarse qué iba a ser de ella. Sin pensar en lo que podría ser América, si no hubiese caído en manos de aquellos que se apoderaron de los gobiernos de las nuevas Repúblicas.
- Thorne era tu marido, ¿no?
- Mi marido, que nunca le hizo nada malo a nadie y que siempre me quiso, y que yo siempre rechacé. Lo mataron hace poco y supe por Cayetano Freyre que me había incluido en su testamento. Creo que gracias a él voy a poder tener algo más de dinero para no seguir siendo una carga para Alexander. Pobre Thorne...
Juana Rosa, una de las sirvientas de Doña Saenz, anunció, ya bastante entrado el mediodía, la llegada de "Don Alejandro": El Sr. Alexander Roden, un hombre relativamente joven, que desde 1837 había sido Cónsul de Estados Unidos en aquel pueblito costeño de Paita, frecuentado por balleneros de New Bedford que navegaban por esa zona del pacífico, y de cuyas actividades productivas económicamente él, como buen estadounidense, formaba parte importante.
Había sabido desde hacía días de la próxima visita de Simón Rodríguez en su camino hacia Ecuador y había organizado la sorpresa. Hoy se disponía a almorzar con ambos, ahí, en esa misma casa.
- Why, my dear "master" Robinson. Happy after spending all morning with Manuelita, your old friend?
Robinson contestó asintiendo, con una expresión ligeramente alegre, pero amarga.
- Hello, dear Alexander. Take a sit right here... you cannot imagine what a wonderful surprise this was for me - dijo Manuela.
- He knew you were here and made plans to come visit you on his way to Guayaquil, I only agreed not to tell you, and assured him your presence and some guest hospitality while being here in Paita. I'm sincerely happy to see you two meeting again after so many years. And I'm looking forward to talking with the famous "master" Robinson while eating a fine lunch. After all I've heard about you...
- Thank you very much, Mr. Roden.
- You can call me Alexander, Robinson. I've already told you that this morning. And I'm sure you absolutely agree to the convenience of it.
- ¿Desean sus Mercedes que les prepare la mesa de una vez y les mande a traer todo para acá, o van a esperar sus Mercedes un rato? - interrumpió Juana Rosa.
- Are you hungry? - preguntó Alexander.
- I think we could talk here for a while before lunch, or do you want to eat already, Robinson?
- I had a very good breakfast, Manuela. If you still don't want to eat lunch, it's all right with me.
- Está bien, Juana Rosa - dijo Manuela a su sirvienta. Vamos a conversar un rato aquí. Trae más bien una jarra con agua, ¿sí?
- I'm still amazed by your perfect American accent - exclamó Roden, dirigiéndose a Don Simón Rodríguez, mientras tomaba asiento en una de las butacas de la sala de la casa.
- Well. You know. Baltimore imprinted that accent in me. Those were wonderful years I spent in that beautiful city. And I tell you. I'd absolutely love the expression "American English accent", if you wouldn't use the adjective "American" for your nationality as well. We all are Americans here in our Continent, aren't we?
- He he. I don't know why you cannot like us Americans, Robinson. I mean. I've read some of those opinions you've written here and there about the United States...
- About slavery? About the U.S. Constitution being a variation of the Magna Carta, but at the end, the same old way of doing things, just without Kings or Queens? About you, "Americans", building a new Empire in the new world?
- That's right - respondió Roden. Simplemente.
- Maybe I could also tell you my opinion about you not speaking Castilian with us after so many years living in Paita.
- You South American heroes receive so much shit from your fellow countrymen and are still so stubborn in your pride...
- Shit. I love the way you "Americans" say mierda. And shit it is, what we have being paid with for our sacrifices. You are completely right.
Con esta frase, los tres se echaron a reir. Reir para no llorar.
- Alexander! - dijo de pronto la señora Manuela. You are talking to Don Simón Rodríguez! How can you talk about pride like that... you don't even know him!
Alexander Roden miró a esta mujer, a la que apreciaba como a pocos en este mundo, y al viejo Robinson, de quien hasta hoy sólo conocía sus escritos, y lo que se contaba sobre él. Extraordinarias referencias. Dos personas mucho mayores que él, obligadas por los gobiernos actuales de sus jóvenes países a vivir sin un sustento propio, y que aún así demostraban absoluta dignidad ante cualquier extranjero, y una fe casi religiosa en el futuro de las Repúblicas que habían surgido de los dominios del Imperio Español en América.
- That's right. I'm sorry. I meant... you have lived in Europe, you have lived in the US. And you have seen all what's being happening here in your continent since the beginning of this century. And you still think there is a future for these Spanish colonies? Indeed you wrote something like: "either we create something new or we are mistaken". Do you really think there is hope, that the people in these Republics can do something new and useful without help of more advanced societies?
La Sra. Sáenz, que recordaba el humor de Don Simón Rodríguez cuando un extranjero se atrevía a hablar mal de los pueblos americanos, cerró los ojos, esperando el final de la curiosa conversación con un par de sillas en el suelo y la tristeza con la que quedaría al ver partir al viejo amigo sin poder despedirlo con un abrazo y un beso.
Pero Don Simón Rodríguez, como ella, también había cambiado en los últimos 18 años. Para su asombro, el viejo calló por unos instantes sin quitar la ligera, amarga sonrisa de su rostro, que había estado ahí desde la entrada de Roden a la sala.
- Like yours? Ha! Yours is no advanced society! After all these years asking for pupils and seeing the few pupils I've received become what they've become... This society attacking the good people, don't letting them be what they can be... stopping progress. Not allowing the construction of Republics, but constructing burlesques of Republics. After hearing and reading about things like the manipulating Circus they made in Caracas with the "repatriation" of the alleged mortal remains from the Liberator... I... I don't know.
La sonrisa del rostro de Simón Rodríguez desapareció y dio paso a una amarga expresión de tristeza.
- They are using my venerated Simón like an appeaser for the American people who want Republics and are experiencing something completely different... a chaos - dijo Manuela con un tono amargo. They are creating a substitute of God - the God from colonial times - for their own sake. You know? He had a recurrent nightmare. My Bolívar.
- The one about everything, even the dogs and cats, being called "Bolivarian" for the sake of some stupid bunglers who wanted to stay in the government by deceiving the people, telling them they were the new representation of Bolívar's ideals? -
- He also told you about that, didn't he? Of course.
Roden exclamó al escuchar estos comentarios:
- What? Bolivarian dogs and cats? What the hell was that nightmare about?
- Do you think that's crazy? Let me talk you about my nightmare - dijo Manuela. Y continuó: Sometimes, when the days are really warm and uneventful, and I'm alone, and I fall asleep on this couch, I dream of dying of a terrible disease, like Malaria. And I dream of my corpse being burned to oblivion together with all my little belongings...
- Manuela that's terrible - interrumpió Roden, realmente afectado por lo que estaba diciendo su amiga.
- ...these people in the governments of what was Colombia. They are sentencing me to oblivion already - exclamó Manuela, casi gritando.
- Continue - dijo el viejo Don Simón, que no podía ocultar que sentía cierta fascinación por lo que Manuela les estaba contando.
- Well. After being burned, somehow the years pass by and then I can see this Bolivarian Republic from my Bolívar's nightmares. Or at least, what remained in my head of his descriptions of it. The bunglers governing that nightmarish Republic somehow take some mud from Paita and make... what did you call it? a Circus? ... with it... calling that mud my "glorious symbolic mortal remains"... and they promote the mud to "post mortem Bolivarian Female General" and put it beside some disarticulated skeleton they had taken out some moments ago from an elaborated tomb... they say it's Bolívar's carcass and thanks to them, we, me and him, will be together for ever...
- You are right. That is crazy - exclamó Roden.
- But imaginative - agregó Don Simón Rodríguez. Almost funny, although a little dark.
- Funny you call it? - se molestó Manuelita. If you weren't who you are, and not so old, and I weren't a disabled person, I would show you my anger because of your comments about my terribly bad dream.
- Manuela! You are talking to Don Simón Rodríguez! How can you asumme a bad intention of him when commenting your terrible nightmare? You know him very well, don't you? - dijo Roden a Manuela, haciendo referencia al comentario anterior de ella sobre el orgullo, Don Simón Rodríguez y que él apenas lo estaba empezando a conocer.
- Are you also acting like this was a pun or something?
Roden, a pesar de que se había alcanzado ya cierta confianza de amigos en este grupo de tres y la conversación se había tornado escalofriantemente hilarante, decidió cambiar un poco el tema.
- So you actually are no longer so proud of your fellow-country-men.
- No. No. I'm proud of my fellow-country-men. And women - aclaró la Sra. Manuela. I'm not proud of my fellow-country-men in the governments. I'm absolutely sure, our people have the potential of making great Republics in America. But while persons like these - y en ese momento señaló a un par de gatos que estaban echados en el umbral de la puerta de la sala - Santander and Páez... and all their fawners, blandishers and adulators, can deceive them... we have no hope.
- Santander and Páez? Ha ha ha ha. - El viejo Don Simón Rodríguez se carcajeó con absoluta espontaneidad. So at the end, you actually keep "Bolivarian" cats and dogs in your house!
- Ha ha ha ha.
Qué momento tan extraordinario - por lo poco frecuente - era ver a la Sra. Manuela Sáenz, una vieja melancólica y triste la mayoría de los días, reir a carcajadas. A los perros y los gatos que vivían alrededor de su casa les había colocado los nombres de los que consideraba monigotes de la política del momento, que mal-usaban el nombre y la memoria de su venerado Bolívar para sus fines políticos personales, después de haberlo traicionado, desterrado y tal vez hasta asesinado.

Mucho más tarde, Juana Rosa y la comadre Tadea titubiaron un momento al traer las sillas. Siempre compartían la mesa con la Sra. Sáenz, pero no sabían si hoy era un día normal.
- ¿Qué pasa, mujeres? Traigan sus sillas, pues. Tenemos hambre - las exhortó la Sra. Manuela.
- Estará encantado hablando casteliano durante almuerzo, no preocupar - dijo Roden.
Don Simón Rodríguez miró al Consul estadounidense aún con la desconfianza con la que lo había mirado hasta ahora durante esta visita. Pero se le antojó de pronto que durante estos últimos años de su vida, encontraría en él un joven buen amigo, como los que había encontrado cuando visitó los Estados Unidos.

Y así, los 5 americanos disfrutaron de un delicioso almuerzo con seco de chavelo y cebiche, conversando sobre las buenas cosas de vivir en Paita, las aventuras de Juana Rosa y Tadea en el pueblo, los planes de Don Simón Rodríguez para establecer su morada en Ecuador o Perú (aún no sabía con exactitud ni cómo ni dónde), las esperanzas de Doña Manuela Sáenz de poder recibir la pensión dejada por su difunto marido Thorne, y los florecientes negocios de Roden con los balleneros de New Bedford que navegaban por el Pacífico.

Ver también: La pesadilla de Bolívar.

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