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La pesadilla de Bolívar

La pesada respiración se sentía en toda la habitación.
Simón estaba soñando. Los agitados movimientos en el lecho habían despertado a su amante, una mujer cautivante que desde hacía aproximadamente media hora, sentada, apoyando su cuerpo contra el respaldo de la cama, lo observaba en la penumbra de la madrugada.
El día 16 de junio en el que él llegaría a Quito y tendrían la oportunidad de conocerse, se había contagiado de la admiración que Simón despertaba en gran parte de la sociedad: el Presidente de Colombia. Una República creada apenas años antes por revolucionarios de colonias españolas bajo jurisdicción del Virreinato de Nueva Granada y de la que ahora Quito pasaba a formar parte. Una República sumergida aún en la cruenta y destructiva "guerra de independencia", que se libraba entre estos revolucionarios y realistas que defendían al gobierno español, no sólo en el territorio de las colonias que se estaban convirtiendo en Colombia, sino en el de otras muchas a lo largo y ancho del continente.
En caso de un triunfo del partido revolucionario – que parecía inminente – la guerra conduciría a la consolidación definitiva de nuevas naciones soberanas.
Había mucha sinceridad en la admiración hacia Simón - había muchos que, como ella, abrazaban la causa, el ideal de la libertad, y estaban convencidos de que los cruentos acontecimientos de los últimos años eran como dolores de parto que acompañaban el nacimiento de esas nuevas naciones que estarían conformadas por los habitantes de América, y que Simón – conocido también como "El Libertador" – era uno de los grandes líderes en ese proceso.
Pero a "El Libertador" no sólo lo rodeaba la pasión por la causa de la libertad y la admiración que le había hecho merecer ese título – ni era sólo admiración lo que lo había hecho merecerlo. Lo rodeaba la incertidumbre, la manipulación, la distorsión, los intereses personales mezquinos: la independencia del Imperio Español – si al fin lograba concretarse – dejaría lógicamente un vacío de poder político en América, y acercarse al aura de "El Libertador", quien según algunos podría convertirse en un potencial sustituto del soberano por Ley Divina, era visto por muchos como una alternativa viable a seguir para ocupar parte de ese vacío en el presente y en el futuro inmediato: bien acompañándolo, bien traicionándolo para ocupar su lugar, y gobernar América.
En la primera noche en que habían compartido el lecho, ella lo había hecho olvidar su rutina diaria: la política, la guerra, las intrigas, la profunda contradicción entre la satisfacción que le producía poder llegar a ser el soberano absoluto de un continente entero – algo que por momentos parecía tan fácil en el momento actual – y los ideales republicanos en los que con sinceridad creía.
Su sueño intranquilo, sin embargo, lo regresó a la realidad incluso antes de que amaneciera el día siguiente. El cúmulo de responsabilidades asignadas por sí mismo y por las circunstancias se apoderó de él y no lo dejó descansar, la digresión de su realidad no era algo que estuviera permitido a "El Libertador" por períodos muy prolongados. Simón se mostró entonces ante ella, ante Manuela, como un hombre atormentado por las responsabilidades que él mismo se había encomendado: romper el lazo de América con el Imperio Español y gobernarla en sus primeros años de independencia.
- O, mi loca amable – así la había bautizado – Que puedas divertirme, amarme... y luego escucharme, incluso aconsejarme... qué mujer tan diferente a tantas otras...
- Qué bueno que me vea usted como lo que soy, Señor. Una gran mujer.
- Ja, ja, ja, ja.
- Y de pronto me entran deseos de seguir siendo esa gran mujer. Para usted.
Luego de aquella primera noche juntos, sentían que eran el uno para el otro: no sólo habían disfrutado de la mutua compañía durante la gran fiesta en honor al comando de los ejércitos colombianos, para luego, en la intimidad, descubrir con qué pasión podían amarse. Conversando hasta el amanecer, ella parecía poder comprender la vanidad y la ambición de Simón, y su necesidad de controlarlas. El Simón militar y el Simón político parecían tener el potencial de aportar a la vida de Manuela elementos que desde hacía muchísimo tiempo ella sentía que necesitaba. ¿Era posible pensar en vivir juntos aventuras militares y políticas a partir de ese momento?
- Conmigo nunca tendrás un hogar como el que podrías seguir construyendo con tu esposo.
- Creo que estoy dispuesta a cambiar ese aburrimiento por una excitante vida a su lado... y ¿por qué no? Servirle de verdad a la causa de la Independencia... ser parte de verdad de esta Revolución... y amar... y ser mujer... y acompañarlo en su gloria, "oh Libertador"…
- ¡Loca! ¡Ya te dije que no hagas un chiste de "El Libertador"! Ese título significa mucho. Representa mi compromiso con América.
Corría el mes de agosto del año 1822. Habían pasado unas cuantas semanas desde aquel primer encuentro en Quito. Ahora se encontraban los dos en Guayaquil. Simón había utilizado su estadía allí no sólo para sus importantísimas reuniones con José de San Martín, como estaba previsto, sino para compartir una temporada con su ya queridísima Manuela en la hacienda el Garzal, por cortesía de unos amigos.
- Pobre Libertador - pensaba Manuela mientras lo observaba moviéndose de un lado para otro.
Simón despertó de repente, y lo primero que vieron sus ojos fueron los de Manuela, mirándolo. Se levantó un poco, colocó su cabeza en el regazo de ella, y luego de darle un beso en la pierna derecha comentó:
- Creo que esa loca idea tuya de un país llamado Bolívar me alborotó las pesadillas de siempre. Tenía tiempo que no las tenía, y desde que me dijiste eso, esta es la tercera vez que vuelvo a soñar con esas cosas.
- Nunca duerme bien – susurró ella, con una pequeña sonrisa esbozada en sus labios, mientras jugaba con el pelo de su Libertador.
- Una República con mi nombre. Eso no puede estar bien. Yo ya te conté. Cuando escuché por primera vez esa idea de Miranda, de llamarle Colombia a la América ya independiente, en honor al Almirante Colón... la idea no me simpatizó mucho. No me sonaba mejor que "Nueva España" o "Nueva Granada". Aunque "Venezuela" –siempre me ha parecido un nombre muy bonito, yo ya te lo he dicho.
- Sí. Venezuela. Pero eso es porque ahí están sus haciendas, sus minas – Manuela seguía jugando con el pelo de Simón. Qué gran aventura es libertar y crear nuevas naciones, ¿no? Qué emocionante poder bautizarlas.
- No, no. De verdad “Venezuela” me gusta mucho, simplemente me gusta. Así. A secas. Bueno. El punto es… ¿Al darle el nombre o el apellido de un solo hombre a una nación, se le está haciendo honor a qué?
- No a qué. A quién. Al descubridor. Al padre. Al origen. ¿Qué mejor nombre que el de su descubridor, o de su padre para ellas?
- Padre…
- Claro. Usted es el padre de estas patrias nuevas. ¿Qué mejor nombre para el alto Perú, todo lo que estaba hasta ahora bajo jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas que… Bolívar?
- Oye, loca amable. Ya te he dicho que eso no me gusta.
- Claro que le gusta, Libertador, claro que le gusta. A mí no necesita decirme mentiras – Simón se incorporó levemente para alcanzar la cara de Manuela, le sonrió y le dio un beso que fue correspondido por ella. Mientras apoyaba su frente contra la de él, le preguntó en voz baja: ¿Y qué pesadillas se le alborotaron? ¿Las de la Venezuela en caos dentro de 200 años? – Al decir esto, Bolívar suspiró profundamente mientras colocaba de nuevo su cabeza sobre el regazo de Manuela, y ella la acariciaba con ambas manos, reflejando en su rostro cierta amargura que no armonizaba con el tono de voz un poco burlón con el que había hecho la pregunta.
- Loca. Yo ya te lo conté. En estas pesadillas no hablan de Venezuela sino de la “República Bolivariana de Venezuela”.
- Sí, sí, ya sé. Eso es porque la pesadilla la tuvo por primera vez por allá cuando la revolución de Caracas, en 1810. En esa época ni existía Colombia… ¿Cómo puede torturarse usted pensando que unos léperos pueden llegar a imponer el caos en Venezuela, o en Colombia, utilizándolo a usted como bandera?
- Pero es que no es sólo eso, Manuela. En el sueño esa llamada “Revolución Bolivariana” es como el final de todo, el colmo de la manipulación de mi nombre – que en ese mundo de esos sueños ya había sido utilizado antes para justificar otros disparates; es una caricatura de república en la que el poder se quiere mantener en base al estímulo del resentimiento social de una parte de los ciudadanos contra otra. Una república que fomenta resentimientos en vez de solucionar las injusticias que puedan haberlos originado y así lograr la paz y el progreso, que es lo que yo me imagino para América. En la “República Bolivariana” se utiliza mi nombre para convencer al pueblo de que es libre y soberano, mientras se fomenta la dependencia económica de cualquier otro país que le venda mercancías a cambio de la renta generada por nuestras minas y la hacienda pública, para enriquecimiento de algunos infelices. Mientras se impone la presencia de funcionarios extranjeros en puestos de servicio público, trabajando para intereses ajenos a los de la propia nación. Hoy hubo algo nuevo.
- ¿Qué será? – aunque el tono de voz parecía reflejar un poco de tedio, Simón sabía perfectamente que Manuela lo estaba escuchando y comprendiendo. Y esa era la realidad.
- Es un salón como de un palacio. Pero como pintado de colores absurdos. En él hay retratos colgados. De nosotros. De mí. Del General Miranda – que en paz descanse. De Sucre, Antonio José; de Rivas –José Félix, el que murió al principio de la guerra… Incluso de mi amado maestro, Robinson – en ese momento, Simón sonrió, recordando las locuras de ese hombre que lo enseñó a tener un pensamiento libre y creador. Uno de los sujetos que gobiernan esta caricatura de república entra y nos da las gracias por servirle para engañar a los pueblos de América y del mundo. Una vez más. Y nosotros ahí. Sin poder hacer nada, pero obligados a observar cómo nuestros ideales son distorsionados, nuestros nombres manipulados, y el amor que por nosotros siente esa patria que liberamos es explotado por ese grupo de desgraciados para aprovecharse de ella. Y todos los retratos se caen al piso y se parten en pedazos. En ese momento fue que me desperté.
- Ay, Libertador. ¿Y esta vez también vio palacios, batallones, funcionarios, perros, gatos todos llamados bolivarianos?
- Sí. Ya te lo he dicho. Todas estas distorsiones se apellidan “bolivarianas”. Una parte de los ciudadanos de estos sueños ha aprendido a rechazarnos, a despreciarnos, porque terminaron asociándonos con las cosas a las que les ponen nuestros nombres. De pronto pienso que hasta eso es sano para esa república – que nos olviden.
- ¿Esa República? Esa república está en sus pesadillas Libertador, esa República no existe.
- Pero es tan real. No sé, Manuela. Si les pudiera hablar a esos ciudadanos, les diría que dejen nuestros nombres en el pasado y que construyan ellos su presente, bajo ideales republicanos y sin dejarse engañar por estupideces por el hecho de que lleven nuestros nombres. 200 años después. Tú sabes que a pesar de lo que digan… a pesar de lo que tú misma piensas sobre la necesidad de que yo gobierne América…
- Lo que yo pienso no sólo lo pienso yo, Libertador. No sólo lo pienso yo.
- …lo que yo me imagino es Repúblicas con libertad estable y hacienda saludable en América. Que los magistrados sean probos y moralmente responsables y nos autogobernemos para lograr ser lo que tenemos que ser. Las Repúblicas que le enseñarán al Viejo Mundo cómo es que los hombres deben vivir sobre la tierra: como ciudadanos en sociedades soberanas, bien organizadas y de progreso para todos, donde los pueblos sean capaces de escoger ellos mismos a sus representantes más aptos y que éstos los gobiernen justa y equilibradamente, garantizando el progreso de todos.
- Uy, Libertador. Cómo me emociona cuando habla así – y diciendo esto, Manuela se colocó de frente a Simón, y le dio un apasionado beso – Pero aún nuestros pueblos no son lo suficientemente maduros, no están listos para eso, aún lo necesitan a usted, al mando, después de la independencia plena, en los primeros años.
- Cómo me gustaría que lo que yo imagino fuera realidad al finalizar esta guerra. Que yo me pudiese retirar a mis haciendas y mis minas en Caracas y pudiese encargarme de toda esa herencia de los Bolívar por el resto de mi vida. Y aumentarla. Contigo. Mientras soy un simple ciudadano más en una República con los mismos deberes y derechos para todos, que le podrá dejar un futuro mejor a sus hijos.
- Amor. Libertador. Eso será realidad algún día, por eso se ha sacrificado usted toda su vida, y nada me hará más feliz que terminar con usted así. Como la madre de sus hijos, ayudándolo a administrar sus haciendas y minas, en una República libre de la que seremos ciudadanos fundadores. No siga temiendo que su nombre pueda ser utilizado algún día para acciones indignas de él, o que patrias o países que se llamen o se apelliden con el nombre Bolívar no le hagan honor a su Padre fundador, o a la estabilidad de las nuevas repúblicas. Todos los ciudadanos de América sabrán siempre qué digno fue usted y cuáles fueron sus ideales, y si algunos léperos tomaran su nombre para hacer “disparates”, como dice usted, será el mismo pueblo el que se encargue de castigar a esos atrevidos irrespetuosos de su memoria.
En ese momento los rayos del sol entraban ya por la ventana de la habitación y caían sobre la pareja. De alguna forma, Simón no encontraba tranquilidad en las palabras de Manuela y sentía que las pesadillas seguirían acosándolo hasta el final de sus días. Pensó que después de lograr sellar la independencia, tendría que trabajar duramente para asentar las bases constitucionales de estas nuevas repúblicas de la “zona tórrida” (¿“sus” repúblicas?). Que era lo único que él – en su momento histórico – podía hacer para que en 200 años no fueran posibles repúblicas como la que le mostraban sus pesadillas, sino repúblicas con ese destino glorioso que parecía preparado por la Providencia para ellas.


Ver también: La pesadilla de Sáenz.

Comentarios

Unknown dijo…
Me encantó el relato. Una bonita forma de expresar un sentimiento patriótico, que va más allá de las banderas.

Desde pequeño me llamó la atención el nombre de "República" y al tiempo quise convertirme en "Ingeniero de la República". Ahora me pregunto ¿cuál República? A veces siento que la "R" (mayúscula) le queda grande.

Federación, Corona, República... sólo es el prefijo de un nombre. El verdadero significado se lo damos los ciudadanos.

Espero que algún día tenga el honor de escribir República con la R tan mayúscula como la de mis sueños. Donde la Democracia no sea sinónimo de elecciones sino de pluralidad, donde el Político no sea sinónimo de corrupto sino de rectitud.

Así lo veo...

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